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Carta a Elián González

El 22 de abril del año 2000 lloré desconsoladamente, como hací­a tiempo que no lloraba y creo que desde entonces no lloro. Fue el dí­a en que agentes federales, a punto de ametralladora, arrebataron al niño Elián González de casa de su familia en Miami para devolvérselo a su padre, quien reclamaba su custodia y deseaba que el pequeño regresara a Cuba.

Portrait of a boy with the flag of cuba painted on his face.
Duncan P Walker

Lloré porque me sentí­a agotada, porque se me partí­a el alma frente a tanta barbarie en nombre de los derechos de esta inocente criatura. Elián en ese entonces era un niño de solo 6 años, un niño que a su tierna edad ya habí­a visto el mar tragarse a su madre y a nueve otros que con ellos intentaron cruzar el Estrecho de la Florida para llegar a Estados Unidos; un niño que no merecí­a ser traumatizado de nuevo, tan violentamente. Un niño cuyo destino lo convirtió en sí­mbolo mundial de la tragedia que sufren tantas familias cubanas.

Lloré de cansancio después de seis meses de cobertura noticiosa continua, donde incluso en la mesa de redacción de la agencia de noticias en Miami para la cual trabajaba en ese entonces, a diario se caldeaban los ánimos y se discutí­a acalorada y vehementemente si el pequeño balserito cubano deberí­a permanecer en Estados Unidos o ser devuelto a su padre en Cuba.

Elián tiene ya casi 20 años, los cumplirá el 6 de diciembre próximo. Hace unos dí­as, en el marco del Festival Provincial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en la ciudad de Matanzas, Cuba, condenó la Ley de Ajuste Cubano que según dijo dio pie a su travesí­a hace ya 14 años.

"Fueron momentos muy tristes para mí­, que me marcaron para toda la vida. Nunca se me dio la posibilidad de tener un momento para pensar en mi madre, quien producto de esa Ley de Ajuste Cubano falleció en el mar", dijo, según la prensa cubana.

Ay, hijo mí­o. Si pudiera hablarte hoy, cara a cara, te explicarí­a que no fueron las leyes de Estados Unidos las que provocaron la muerte de tu madre. No. La pérdida de tu madre fue, no tengo dudas, el haber de un cubano (me duele decirlo) que sigue pensando que él, y ahora su hermano, son los únicos capaces y con derecho a gobernar en Cuba. Que hace 60 años se encapricha en imponer el yugo de su polí­tica a la isla, sin querer ver que esa isla no es de él, sino de todos los cubanos. Que gracias a ese capricho ya van seis décadas de miles de presos polí­ticos, de demasiados fusilados, de una economí­a nacional paralí­tica, de familias divididas, de carencia de aspirina, papel higiénico, jabón, arroz y café. De un desencanto entre los mismos jóvenes que, como tú, solo han conocido la Cuba de Castro; y cuya desesperación por librarse del yugo implacable los lleva a jugarse la vida en el mar.

Te explicarí­a que gracias a esa ley "asesina" y la generosidad de Estados Unidos miles de cubanos como yo hemos podido crecer en libertad, educarnos, hacer carrera, viajar, criar familias, comprar casas y lanzar empresas.

Te explicarí­a que si a tu madre no le hubieran hecho imposible la salida del paí­s -pues generalmente los Estados de derecho no controlan cuándo ni cómo pueden viajar sus ciudadanos-; si tu madre hubiera tenido esperanzas de tener otra vida en su patria, seguramente no se hubiera lanzado contigo al azar.

Que bajo condiciones normales después de semejante tragedia tu padre hubiera podido de inmediato viajar a Miami a reclamarte, sin tener que esperar por la autorización de ningún gobierno para hacerlo, ni mucho menos venir escoltado por funcionarios; y nadie te habrí­a apuntado con una ametralladora.

Esta vez leo tu historia, pero no lloro. Solo pido a Dios que algún dí­a sepas toda la verdad. Y que tu historia nunca más se repita.

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Foto: duncan1890/Istockphoto

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