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Prefiero a mi jefe antes que a mi marido

Una amiga de Ciudad del Cabo me enví­a la siguiente noticia: "Mujeres mayores prefieren perder su pareja que su trabajo". En resumen, el artí­culo sugiere que la mayorí­a de las mujeres de más de 50 años que recurren a cirugí­as estéticas "están más preocupadas por conservar su trabajo que sus maridos".

No sé si debo leer este e-mail como una advertencia personal. No me atrevo a preguntar tampoco. Y no sé si admirar o compadecer a estas señoras que recurren a cirugí­as estéticas para agradar a sus jefes y conservar sus puestos. En principio, me parece admirable que prefieran el trabajo en vez de a sus maridos. Parece un signo de independencia y autonomí­a. Pero acomodar sus aspectos fí­sicos a las exigencias del mercado laboral, creo que es un arma de doble filo.

Daniel Innerarity, un filósofo español agudo y ameno de leer, escribió un libro realmente amistoso sobre el tema de la libertad personal: Ética de la Hospitalidad. Prudentemente, Innerarity dice que "nuestra sociedad no disuelve necesariamente las formas de control sino que modifica su aspecto". Y advierte que, en los tiempos que corren, "el discurso liberador hay que entenderlo de manera irónica". Cada vez que alguien nos promete alguna liberación, nos está envolviendo en una nueva y sutil red de dependencias.

No estoy enteramente de acuerdo con Innerarity. Conozco personas que, sobre todo después de los 50, se vuelven lúcidos para escapar o moderar esta contradicción. Abandonan su zona de confort, lo esperable, lo rutinario, y se reinventan, estableciéndose en un trabajo y una identidad más auténtica. La siguiente pareja de Texas, que decidió irse a vivir a la Toscana, me parece un ejemplo inspirador.

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