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Carta a Elián González
By Virginia Cueto, November 21, 2013 11:06 AM
El 22 de abril del año 2000 lloré desconsoladamente, como hacía tiempo que no lloraba y creo que desde entonces no lloro. Fue el día en que agentes federales, a punto de ametralladora, arrebataron al niño Elián González de casa de su familia en Miami para devolvérselo a su padre, quien reclamaba su custodia y deseaba que el pequeño regresara a Cuba.

Lloré porque me sentía agotada, porque se me partía el alma frente a tanta barbarie en nombre de los derechos de esta inocente criatura. Elián en ese entonces era un niño de solo 6 años, un niño que a su tierna edad ya había visto el mar tragarse a su madre y a nueve otros que con ellos intentaron cruzar el Estrecho de la Florida para llegar a Estados Unidos; un niño que no merecía ser traumatizado de nuevo, tan violentamente. Un niño cuyo destino lo convirtió en símbolo mundial de la tragedia que sufren tantas familias cubanas.
Lloré de cansancio después de seis meses de cobertura noticiosa continua, donde incluso en la mesa de redacción de la agencia de noticias en Miami para la cual trabajaba en ese entonces, a diario se caldeaban los ánimos y se discutía acalorada y vehementemente si el pequeño balserito cubano debería permanecer en Estados Unidos o ser devuelto a su padre en Cuba.
Elián tiene ya casi 20 años, los cumplirá el 6 de diciembre próximo. Hace unos días, en el marco del Festival Provincial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en la ciudad de Matanzas, Cuba, condenó la Ley de Ajuste Cubano que según dijo dio pie a su travesía hace ya 14 años.
"Fueron momentos muy tristes para mí, que me marcaron para toda la vida. Nunca se me dio la posibilidad de tener un momento para pensar en mi madre, quien producto de esa Ley de Ajuste Cubano falleció en el mar", dijo, según la prensa cubana.
Ay, hijo mío. Si pudiera hablarte hoy, cara a cara, te explicaría que no fueron las leyes de Estados Unidos las que provocaron la muerte de tu madre. No. La pérdida de tu madre fue, no tengo dudas, el haber de un cubano (me duele decirlo) que sigue pensando que él, y ahora su hermano, son los únicos capaces y con derecho a gobernar en Cuba. Que hace 60 años se encapricha en imponer el yugo de su política a la isla, sin querer ver que esa isla no es de él, sino de todos los cubanos. Que gracias a ese capricho ya van seis décadas de miles de presos políticos, de demasiados fusilados, de una economía nacional paralítica, de familias divididas, de carencia de aspirina, papel higiénico, jabón, arroz y café. De un desencanto entre los mismos jóvenes que, como tú, solo han conocido la Cuba de Castro; y cuya desesperación por librarse del yugo implacable los lleva a jugarse la vida en el mar.
Te explicaría que gracias a esa ley "asesina" y la generosidad de Estados Unidos miles de cubanos como yo hemos podido crecer en libertad, educarnos, hacer carrera, viajar, criar familias, comprar casas y lanzar empresas.
Te explicaría que si a tu madre no le hubieran hecho imposible la salida del país -pues generalmente los Estados de derecho no controlan cuándo ni cómo pueden viajar sus ciudadanos-; si tu madre hubiera tenido esperanzas de tener otra vida en su patria, seguramente no se hubiera lanzado contigo al azar.
Que bajo condiciones normales después de semejante tragedia tu padre hubiera podido de inmediato viajar a Miami a reclamarte, sin tener que esperar por la autorización de ningún gobierno para hacerlo, ni mucho menos venir escoltado por funcionarios; y nadie te habría apuntado con una ametralladora.
Esta vez leo tu historia, pero no lloro. Solo pido a Dios que algún día sepas toda la verdad. Y que tu historia nunca más se repita.
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