AARP Eye Center
Soy americana de verdad. Soy inmigrante
By Virginia Cueto, September 27, 2013 03:25 PM
El escritor dominicano Junot Díaz asegura que nunca ha dejado de sentirse como un inmigrante a este gran país. De hecho, en entrevista reciente promocionando la versión en español de su colección de cuentos Así es como la pierdes, el autor dice no creer que ningún inmigrante pueda dejar de sentirse extranjero. Y habla del mito que supone que ser inmigrante es una "deficiencia" que habría que superar, una falta, una mancha contra la pureza de la nacionalidad, ¿si acaso del sentir patriótico?
Lo entiendo perfectamente; aunque no sé si concuerdo. Porque seguir siendo inmigrante en Estados Unidos supone nunca llegar a ser estadounidense de verdad. A real American. Y hay que preguntar entonces, ¿cómo se define, qué constituye ser ese "real American"?
Sospecho que son precisamente las cualidades que posee todo emigrante. Ese que ya de hecho, antes de dar un paso, se imagina en su nuevo país; el que se sueña libre, próspero, acaso con techo o negocio propio; el que cree firmemente en un gobierno democrático, en un estado de derecho, en la libertad de expresión; el que tiene el coraje, el empeño, el corazón, la voluntad y la valentía para dejar atrás lo que conoce e ir en busca de su destino.
Ha sido así desde que llegaron los puritanos a Plymouth en 1620. Es la misma esperanza de igualdad, justicia, y oportunidad que hoy día sigue impulsando a los miles de migrantes que fijan sus miras en esta gran nación. Propongo entonces que mucho antes de llegar a estas costas, el inmigrante ya es, por naturaleza y elección, a real American.
Nunca lo vi tan claro como hace 12 años, a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Vivía entonces en Miami, una de las ciudades más latinas y multiculturales de Estados Unidos. En los días y semanas que siguieron, la ciudad entera era un mar de banderas americanas -en las ventanas, en las casas, en los automóviles, en los comercios-. Se palpaba un sentir de solidaridad, de unidad. Ya no éramos cubanoamericanos, ni argentinoamericanos, ni haitianoamericanos; éramos, simplemente, americanos. No porque nos dejaran de gustar el son o el asado, ni dejáramos de hablar el español ni el creole francés. Sino porque habían atacado nuestro suelo, nuestros sueños, a nuestros hermanos, a nuestra forma de vivir, de pensar, de sentir.
Y si bien el tema de la inmigración sigue siendo asunto polémico, no es menos cierto que oficialmente se le dedican meses enteros de reconocimiento a las contribuciones de diferentes culturas. En febrero, celebramos el mes de la herencia africana; en mayo, el patrimonio de las islas del Pacífico, y de la cultura asiática. Y en septiembre y octubre, los aportes de los hispanos.
No sé ustedes, pero yo me siento igual de orgullosa de ser cubana y americana. Porque no tengo cómo ni por qué escoger una identidad sobre la otra.
E pluribus unum. Gracias a Dios.
Foto cortesía Wally Gobetz - Flickr Photostream